b-constable

Se ve la playa al final del camino, entre los altos pinos, se adivina un cielo azul, sin nubes. Mientras camino escucho el suave murmullo del follaje otoñal. Me encanta el otoño, dicen que es la primavera de los nostálgicos, bueno, en realidad lo digo yo.

Me fascinan sus colores, un juego de marrones y ocres, la fiesta de los colores cálidos, así como la brisa, esa brisa fría pero aun no helada de las mañanas, el olor a tierra mojada.

Mientras ando por el camino, me empapo de todo eso, con mis cinco sentidos puestos en la naturaleza. Este camino, por donde he paseado desde hace tantos años, en tantos momentos, algunas veces en busca de cobijo, y es entonces cuando  lo utilizo como refugio, otras busco alguna solución a alguno de mis problemas, aunque estas veces son escasas porque este paraje estrecho que lleva hasta el mar no es un lugar para cosas rutinarias, aquí no existe nada de lo cotidiano y banal de la vida real. La mayoría de veces vengo aquí a reflexionar a pensar o a recordar buenos momentos. Pero hoy no, hoy simplemente quiero dejar de existir, quiero dejar de ser mujer, de ser persona, quiero formar parte de este paisaje, camuflarme con las hojas, con los árboles o ser un pájaro tal vez.

Quiero dejar la mente en blanco y olvidarme de quien soy, cuando me pasa esto, todo mi mundo me parece tan absurdo, tan banal y vació. Todo me parece insignificante incluso yo misma lo soy en este momento, siento que no soy nadie aquí.

Para mi este lugar es una bendición, constantemente siento la necesidad de estar sola, de conseguir este estado de paz, sin embargo pocas veces logro encontrarlo, ya que la gente se empeña en creer que les necesito, ansían sentirse útiles en mi vida, que quieren ayudarme dicen, me preguntan si me pasa algo, si vuelvo a estar triste,  como explicarles esto, como voy a explicarles que lo que quiero es que todos desaparezcan y me dejen sola, a solas con mis pensamientos, que no son poca cosa.

Estos pensamientos que me oprimen el pecho, me asfixian, loca, me vuelven loca de atar. Suelo inventar excusas o aprovechar momentos rutinarios como ir en el tren, darme un baño o pasear al perro para pensar.

Pero hoy no necesito excusas, he salido a pasear, sin mas.

Sigo paseando y mis pasos cada vez son mas exigentes, mas impacientes, quiero sentir la fría arena bajo mis pies. Aunque me gusta el sonido de mis botas al pisar las hojas secas del camino, ese crujido indescriptible, ese sonido me tranquiliza al igual que el sonido del fuego, me refiero al sonido que hace el fuego cuando quema la leña, esa sucesión de chasquidos intermitentes.

Me acerco a la playa, puedo ver el cielo que es azul, de un azul tan parecido al del mar que apenas puedo distinguirlos, es curioso, el cielo y el mar, son tan distintos, y sin embargo a simple vista parecen un sólo elemento.

Es una bonita metáfora, ésta del mar y el cielo, que yo utilizo para mí, es como cuando los demás me confunden con una persona corriente, pero a medida que acercan ven algo muy distinto, casi opuesto, diría yo.

Algunos al acercarse me ven como una persona distante, dicen que tengo dos realidades, esta vida y otra imaginaria, que estoy ausente, otros esos a lo que no les gustan las dificultades dicen que soy rara, soy una excéntrica, sin mas, y no hay remedio para eso, así que me dejan como un caso perdido y se alejan de manera amable y sofisticada, pero lo que no saben es que aunque quisieran no podrían acercarse hasta verme, no se puede ver algo que no se entiende.

Pero otros y estos son los que más me gustan, dicen que estoy loca, y esa idea me encanta, porque para mi la locura algunas veces es sinónimo de genialidad y eso me gusta, me gusta que me vean así, no sé porque. No sé si alguna de esas descripciones sera cierte, yo no soy de las que ponen etiquetas, no me gusta ponerme barreras, creo que soy un poco de todo, pero no lo sé, y en realidad no me importa, simplemente soy Maricielo. He llegado a la playa, ahora puedo ver el cielo y el mar en su plenitud y es maravilloso.

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Tocaba el piano francamente bien, o al menos eso me parecía a mí. Creo que jamás he escuchado nada que me gustara tanto, nada con lo que todo mi cuerpo reaccionara volviéndose líquido. Yo sentía realmente que me derretía ante aquel espectáculo auditivo.

Era como un bálsamo para mis oídos, una droga de la que no podía evitar desear más y más. Aún recuerdo la primera vez que la escuche, como si fuera en este preciso instante.

Era una tarde de septiembre, llevaba todo el día lloviendo pero, sin embargo hacia un calor veraniego asfixiante, así que mi ventana estaba abierta de par en par. En aquellos tiempos yo estaba desesperado, demasiado hacia ya que no escribía nada, me sentía frustrado y deprimido. Llevaba ya casi una hora sentado mirando como caía la lluvia, con la pluma en la mano y el papel sobre la mesa, y nada, mi cerebro estaba en blanco.

Estaba a punto de levantarme ya, cansado de escribir sandeces, necesitaba un trago, cuando me pareció escuchar algo, una melodía, un piano. Al principio solo eran unas notas, como si la persona que tocaba tuviera miedo, timidez tal vez, pero esas notas se convirtieron en una canción preciosa, aquel sonido venía de la ventana de enfrente, de la casa con ventanas de madera, donde las blancas cortinas siempre estaban echadas.

Volví a sentarme y cogí la pluma, empecé a escribir sin parar, algo dentro de mí se había despertado después de un largo sueño, escribí durante mucho tiempo, hasta que las notas del piano cesaron. Volví a leer mis palabras una y otra vez incrédulo de que aquella maravilla fuese realmente mía, era brillante, lo mejor que había escrito nunca.

Aquella noche no pude dormir pensando en aquellas canciones a piano, en las dulces notas que no podría borrar ya nunca de mi cabeza.

Al día siguiente volví a sentarme con la pluma en la mano y esperé, a la misma hora del día anterior el piano empezó a sonar de nuevo, y así durante todas las tardes, siempre a la misma hora, ella nunca me fallaba, porque estaba seguro de que el interprete era una mujer, es mas era una mujer hermosa. Y podría decir mucho más con tan sólo escuchar su música, era una mujer hermosa pero era una infeliz, era una mujer que se ahogaba en su soledad, que se estaba muriendo de tristeza, una mujer que a pesar de todo era fascinante, estaba seguro de ello, imaginé miles de historias que podrían haber sido la suya, tal vez era una chica de aldea que había venido a ciudad para triunfar con su música, como yo, y tocaba todas las noches en algún club de jazz del centro, o tal vez era la hija de algún burgués y tocaba por puro placer, tal vez, tal vez.

Todo eso me lo imaginaba sólo escuchándola tocar, a veces ella también cantaba y ¡qué voz!, que decir de aquella voz mágica, celestial y a la vez tan sensual. No sabría decir si era la voz de un ángel o de una sirena. Yo estaba enamorado de aquella voz, de aquella melodía, estaba enfermo de amor por aquella mujer a la que nunca había visto.

Me estaba volviendo loco, sin duda, no sabía que hacer, deseaba verla, lo deseaba más que cualquier otra cosa en este mundo, aunque sólo fuera una vez, para poder imaginarla tocando, hubiera vendido mi alma al diablo si me hubiera bastado, por ver a aquella mujer, juro que lo hubiera hecho.

Mis relatos empezaron a publicarse en un periódico de éxito, y yo seguía escribiendo al son de aquel piano, que era tan necesario para mí como mi propia mano. Me hice famoso, estaba triunfando como escritor e incluso me atreví a empezar una novela, realmente sentía que no había nadie más

 feliz que yo.

Un día deje una nota en su buzón, le pedía que se asomara aquella tarde aunque sólo fuera por un instante para que pudiera verla, en aquella nota me declaraba un fiel amante de su música, le confesaba que cada tarde escuchaba como tocaba y escribía al son de sus canciones. Estaba seguro que aquello la convencería, que se sentiría halagada, o al menos despertaría su curiosidad.

La esperé durante horas, nunca apareció, pero aquella tarde toco y canto, con toda su alma, como nunca antes y yo sabía que tocaba para mí, aquella pasión era exclusiva para mis oídos. Y desde entonces no ha pasado un solo día en que no toque para mí, ella es al fin y al cabo mi musa.

Ahora empieza a llover.
La lluvia me recuerda a ti, y es precisamente en tardes como esta cuando no puedo evitar recordarte, recuerdo tu calor, tu aroma, tu tacto, suelo recordar esos pequeños detalles que solo pueden palparse, esas cosas que no puedo ver en una fotografía, incluso ahora me parece estar viéndote bailar bajo la lluvia, porque es en tardes como esta cuando mas necesito de ti.
Me siento junto a la ventana y enciendo un cigarrillo y mientras se consume, miro como cae la fina la lluvia, a veces lenta, otras de manera intensa, y así paso las horas. ¿Por qué no estas aquí? Pienso una y otra vez, sin dejar aflorar las palabras, sólo las pienso, las saboreo, tal vez incluso las dibujo en mis labios sin dejarlas salir. Instantes después de preguntármelo siento la incesante necesidad de coger el teléfono y marcar tu número, aunque solo sea para escuchar tu voz, para saber que estas ahí. Sin embargo, no lo haré, nunca lo hago y pasare la tarde así, como tantas otras, sentado, con el teléfono en la mano, mirando como cae la lluvia, tal vez en algún momento marque tu numero, pero lo borraré, como debería haberlo borrado de mi mente. Y pasaran las horas, hasta que oscurezca, llegará la noche y será una noche fría, oscura y triste. Entonces será demasiado tarde ,tarde para marcar, para llorarte, para seguir alimentando mis recuerdos, incluso ahora que apenas empieza llover ya es demasiado tarde, lo sé…
Sé que podría irme ahora, podría salir y alejarme del maldito teléfono, pero tal vez no quiera, realmente no quiero hacerlo podría aborrecerme por ello, o podría aborrecerte a ti, sin embargo aquí estoy, porque al fin y al cabo, la lluvia, el teléfono, la ventana, sólo son excusas, excusas para no olvidarte, porque estas tardes las guardo sólo para ti…